La "locura de Chartres"
Luis Felipe de Francia fue: primo del rey, duque de Chartres, posteriormente duque de Orleans y también propietario del "Capricho de Chartres" (un magnífico pabellón del año 1770 a las afueras de París, lejos de la “mugre” de la ciudad). Este despliegue de lujo no dejó indiferente a la población parisina que vivía en auténticas condiciones de precariedad. Fue exactamente la misma reacción que produjo el pabellón de Bagatelle construido en apenas unos meses por el conde de Artois. Los jardines eran verdaderamente impresionantes. Reflejaban el gusto de la nobleza por las curiosidades exóticas venidas del extranjero: muchos célebres paisajistas de la época construyeron templos griegos, pagodas, pirámides, minaretes y hasta molinos holandeses. ¡Había más que suficiente para dejar atónito a cualquier parisino de barrio! En 1793, el parque se transformó en jardín público y se puso a disposición de todo el mundo. Lo que antaño fue un símbolo de la desigualdad, se convirtió después en un bien al acceso de todos.
Localización
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Las minas de yeso
Las grandes fortunas instaladas en las afueras de París convivieron con el mundo obrero y la contaminación. Desde la Plaine Monceau se podían ver, en época de la Revolución francesa, los contrafuertes de la colina de Montmartre (en aquel tiempo el "monte Marat", en honor al político y periodista Jean-Paul Marat). En este lugar existían unas minas de yeso a cielo abierto y varios caleros (hornos para obtener cal a partir de piedras) que por cierto emitían densas humaredas. Los campesinos, obreros y artesanos pobres que vivían en estos caseríos y aldeas del norte de la capital se quedaron boquiabiertos ante los lujosos caprichos que la alta nobleza se construyó al oeste de París a finales del siglo XVIII. Estas desigualdades presentes en la ciudad fueron una las causas que impulsaron la Revolución francesa.
Jeanne Labrosse: una paracaidista en plena Revolución
El 22 de octubre de 1797, André-Jacques Garnerin fue el primer hombre de la historia en saltar en paracaídas desde un globo aerostático y aterrizar sobre los antiguos jardines del Capricho de Chartres. Según él, tal hazaña no hizo sino corroborar la fuerza imparable de la Revolución francesa. Apuntó que la idea se le había ocurrido en un calabozo de la Fortaleza de Buda (Hungría) cuando fue prisionero político de los austriacos. Dos años más tarde su mujer (Jeanne Labrosse) realizó el mismo salto.
Un jardín para la alta sociedad
Aunque estuvo sin utilizarse un tiempo, volvería a ser popular durante el periodo del Directorio (1795-1799). El nuevo régimen fue muy ventajoso para la burguesía, ¡pues ya no había Revolución que temer! Aquella "gente de bien", como se empezó a conocer a un cierto tipo de personas, adoraba derrochar el dinero, pasarlo en grande y no esforzarse en absoluto por ocultarlo. La apertura del lugar se publicó en un anuncio del 18 de julio de 1798 de la siguiente manera: "para todos los amigos del buen gusto". Para la fecha en cuestión se contaría con una "agradable calzada lo suficientemente ancha para facilitar la circulación de carruajes y jinetes". Los clientes podían también disfrutar de una orquesta y de entretenimientos varios repartidos por el jardín. Un día cualquiera y solamente por entrar, había que pagar 75 céntimos: una cifra fuera del alcance de las familias más humildes.