La última morada de Robespierre

En lugar de ver esta tienda, imagínese un gran portón para carruajes que daba acceso a un patio interior. Desde 1791 hasta su muerte en 1794, Maximilien Robespierre vivió aquí alojado por el carpintero Maurice Duplay (lea más adelante). Su casa estaba muy cerca de la Asamblea. Allí se refugió Robespierre tras el tiroteo del Champ-de-Mars el 17 de julio de 1791 y fue protegido por la familia de dicho emprendedor. Robespierre llevó una vida austera, tenía una simple habitación en el primer piso que daba al patio.

Casa de Robespierre

Para saber más…

Maurice Duplay, un revolucionario parisino

Retrato de Maurice Duplay

Este hombre tenía casi 40 años al inicio de la Revolución francesa y era director de una gran carpintería de la rue Saint-Honoré, por lo que no tenía problemas financieros. Formó parte casi desde sus inicios del Club de los Jacobinos (situado muy cerca de su casa). Se trataba de alguien muy respetado en su época y los artesanos confiaban en él para ser representados. Su hija llegó a casarse con un diputado. Al llegar la Revolución francesa, la familia Duplay aumentó de clase social, lo que le permitió proponer alojamiento al incorruptible y amenazado Robespierre en julio de 1791. Duplay fue arrestado tres años más tarde por haber prestado esta ayuda, aunque fue finalmente liberado. De vuelta a la calle, no renunció a sus convicciones y participó en 1796 con la Sociedad de los Iguales, quienes preparaban una conspiración para acabar con el poder establecido e instaurar una auténtica república democrática y social.

26 de julio de 1794: el último discurso de Robespierre

Retrato de Maximilien de Robespierre

El 26 de julio de 1794, Maximilien Robespierre pronunció su último discurso en la Convención Nacional con el presentimiento de que su final estaba cerca. Al ser acusado de ejercer una dictadura, expresó: "dictadura... esa palabra tiene por sí misma el poder de marchitar la libertad, envilecer al gobierno, destruir la república y emponzoñar todas las instituciones revolucionarias como si fueran obra de un solo hombre. También desacredita la justicia y la acusa de obedecer a los antojos de un solo hombre (...) Tirano, me llaman. Si lo fuera, aquellos que me acusan estarían postrados ante mis pies, yo les habría cubierto de oro y gozarían del derecho a cometer cualquier crimen... dándome hasta las gracias. Si fuera yo de verdad un tirano, aquellos reyes que vencimos... en lugar de denunciarme (¡qué gesto libertario sería el suyo!) estarían de buen grado brindándome su pestífero apoyo.

#ParcoursRevolution
Síganos en Facebook