El Palais Royal, corazón latente de la Revolución

Paseo en el Palacio Real

En la actualidad, las tiendas que hay en el Palacio Real se suceden ordenadamente bajo los soportales. El Palacio Real de 1789 tenía pinta de centro comercial (una idea del duque de Orleans) en el que se desarrollaba la actividad día y noche. La libertad que se permitía allí no fue gracias a los revolucionarios, aunque los insurgentes sí aprovecharon esta permisividad para reunirse a escondidas de la policía. El lugar fue un caldo de cultivo de patriotas y oradores radicales que alentaron la Revolución el 12 de julio de 1789.

Para saber más…

El circo del Palacio Real

El circo semi-enterrado del Palacio Real, vista interior.

¿Quién dijo que la Revolución acabó con el comercio? En 1789 aquí había un circo construido dos años antes, en lugar de la fuente que vemos hoy. Tenía 32 metros de alto y 112 metros de largo, aunque se procuró no tapar la vista desde las galerías. Estaba cubierto de un gran techo de vidrio y albergó carreras de caballos, espectáculos y sus 40 tiendas del subsuelo nunca estuvieron vacías. Fue arrasado por un incendio en 1798 y no logró sobrevivir a la Revolución.

La galería de madera: los primeros pasajes cubiertos

El Palacio Real fue durante la Revolución francesa un lugar muy popular para hacer compras, como lo es el Centro Comercial de les Halles en la actualidad. En aquella época, el patio del Palacio Real (donde ahora están las columnas de Buren) estaba separado de los jardines por una larga galería de madera construida justo antes de la Revolución. Era un gran soportal sin grandes lujos de unos 2.000 metros cuadrados repletos de tiendas.

Un lugar bien calentito

Pocos se acuerdan hoy, pero durante la Revolución francesa el Palacio Real fue también el epicentro de la industria sexual. Se podían ver espectáculos pornográficos o mantener relaciones sexuales a cambio de dinero. En el número 164, madame Joly regentó una casa de mancebía muy conocida por los parisinos. Según el Código Penal de 1791, este tipo de actividad no se consideraba delictiva, pero estas "señoritas de la alegría" estaban siempre en el punto de mira de las autoridades y sufrían frecuentes arrestos. Representaban una amenaza a la moral de aquella "gente de bien" que la República puso en valor a partir de 1795.

Retratos de bolsillo, el último grito

En 1790 el estudio de Edme Quedeney estuvo siempre abarrotado. Este comercio ofrecía a sus clientes retratar su perfil en apenas unos minutos a cambio de un módico precio. El retrato se realizaba con la técnica del fisionotrazo y se utilizaba un aparato que permitía dibujar el rostro humano con gran de precisión. Tuvo un éxito enorme y la tienda recibió miles de clientes de todos los rincones de Francia, de sus colonias y del extranjero (como Thomas Jefferson, el futuro presidente de Estados Unidos). Los políticos de la época se dieron cuenta de la importancia que tenía ser reconocido y esta tienda tuvo clientes de renombre como Jean-Sylvain Bailly (el primer alcalde de París) o Lafayette (comandante de la Guardia Nacional). Contar con aquellos retratos les permitía dar una imagen simpática y modesta a los demás.

#ParcoursRevolution
Síganos en Facebook